Reflexiones sobre la organización revolucionaria – Lucas Maia

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Reflexiones sobre la organización revolucionaria

Un problema muy común dentro de los colectivos y las organizaciones revolucionarias se refiere al carácter, la intensidad, el compromiso con los debates y las decisiones tomadas colectivamente. Quiero hacer aquí una reflexión sobre esta cuestión. Pensar en la militancia, en el compromiso dentro de las organizaciones revolucionarias es una necesidad imperiosa de nuestro tiempo, ya que su aumento es una tendencia creciente en la actualidad.

En primer lugar, quiero hacer una distinción entre las organizaciones revolucionarias, que en adelante llamaremos autogestionarias, y las organizaciones burocráticas. Las organizaciones burocráticas son aquellas que se caracterizan por la presencia de líderes en su interior. Una escisión fundamental estructura estas organizaciones: la división entre dirigentes y dirigidos. Este reparto es independiente del tamaño de la organización. Cuando es más pequeña, cuando se trata de organizaciones pequeñas, esta división a veces se ve oscurecida, ya que sus militantes tienen vínculos afectivos más fuertes, pero esto no excluye, sin embargo, que en las organizaciones pequeñas pueda existir.

La división entre dirigentes y dirigidos es la cuna en la que nacen todas las formas de dominación. No puede haber sociedades de clases, ni sociedades en las que dominen las relaciones de explotación sin que estas relaciones existan de antemano. Por lo tanto, cualquier organización que quiera contribuir de una manera u otra al proceso de superación de la sociedad moderna debe prestar atención a esta cuestión. Ejemplos de estas organizaciones son los partidos políticos, los sindicatos, las asociaciones burguesas, etc. Dentro de las agrupaciones de la izquierda tradicional, esta forma de organización autoritaria produce ideologías que las justifican, como la socialdemocracia, el bolchevismo (maoísmo, leninismo, estalinismo, trotskismo, etc.). De un modo u otro, estas ideologías justifican la división entre dirigentes y dirigidos dentro de la organización, dentro del colectivo[1]. Las organizaciones autoritarias, es decir, burocráticas, son formas de agrupación política que no presentan en su interior características que apunten a nuevas formas de organización social. En sus estatutos, discursos, etc. predican la libertad, el socialismo, etc., pero reproducen en su interior un elemento central de las sociedades de clase: la división entre dirigentes y dirigidos.

Por el contrario, las organizaciones y los colectivos autogestionarios se basan en principios completamente diferentes a los descritos anteriormente. En ellos, los grupos dirigentes deben ser abolidos. Esto también es independiente del tamaño, del número de personas que militan en ellas. El tamaño no es el problema. Existe una tendencia “natural” en nuestra sociedad a escoger, elegir y definir a los líderes. Lo natural aparece entre comillas para demostrar que este tipo de concepción de la organización no es en absoluto natural, racional o divina. En nuestra sociedad, en la que la conciencia política de la burguesía domina todas las esferas de la vida, se nos induce a naturalizar que es necesario que un individuo o grupo de individuos nos diga cómo debemos o no actuar. Toda la capacidad de acción de que disponemos es rechazada en nuestro proceso vital. Sólo se tolera un margen mínimo de iniciativa. Así, desde la infancia se nos educa, se nos adoctrina, se nos entrena para naturalizar la existencia de grupos y de individuos dirigentes. Lo aprendemos en la familia, en la escuela, en el trabajo, en la vida política (cuando elegimos a nuestros “representantes”, etc.). En otras palabras, es un proceso muy complejo. Construir organizaciones autogestionarias en este contexto es muy difícil, porque estamos luchando contra nosotros mismos: contra nuestros valores, mentalidad, conciencia política, etc.

Las organizaciones autogestionarias son las que suprimen en su interior la división entre dirigentes y dirigidos. Contrariamente a lo que puede parecer a primera vista, no se trata de suprimir la necesidad de organización como tal, sino de suprimir la forma burocrática de organización. Una organización autogestionaria puede tener estatutos, reglamentos, formas de debate y toma de decisiones, etc. El hecho de que se autoorganice no excluye la organización. Por el contrario, presupone y expresa una forma de organización revolucionaria.

Llegados a este punto, es necesario reflexionar sobre la heterogeneidad que constituye a las organizaciones. Es muy común en cualquier tipo de organización colectiva o política la existencia de personas de diferentes edades, de personas con diferentes periodos de lucha y compromiso, con diferencias más o menos considerables de constitución psíquica (timidez, miedo, inseguridad, etc. así como lo contrario, personas  desprendidas, valientes, seguras de sí mismas, etc.), de individuos con más y menos formación teórica, etc.

Dentro de una organización autogestionaria puede haber, por ejemplo, un joven de veinte años que acaba de entrar en la lucha y un cincuentón que ha estado en la lucha durante al menos veinte años. No se puede crear una regla universal e imaginar que unos y otros actuarán de la misma manera dentro del colectivo. Son personas distintas, con conocimientos y experiencias de vida y de militancia muy diferentes. El colectivo debe reconocer esta diferencia, debe entender esta diferencia y debe motivar a ambos a crecer y aprender juntos en el proceso de organización y lucha. La edad no debe ser un mecanismo para crear una capa de líderes dentro del colectivo. Del mismo modo, hay personas que son buenas con las palabras, que son más valientes y por lo tanto tienen una intervención más ostentosa y llamativa dentro de la organización, mientras que otras son más temerosas y tímidas. En las organizaciones burocráticas, los primeros asumen rápidamente los puestos de dirección y empiezan a controlar a los demás. Una organización autogestionaria debería evitar este tipo de procedimientos colectivos.

En su interior y en su proceso organizativo, los colectivos que se autoorganizan deben aspirar a crear condiciones acordes con los fines para los que existen. Si existen para luchar contra el capitalismo y afirmar la autogestión social (el comunismo, la anarquía… como se quiera llamar), los medios con los que se organizan deben estar en consonancia con los fines por los que luchan. Así, una organización autogestionaria debe hacer un esfuerzo consciente para crear en su seno un clima de libertad, solidaridad e igualdad, que son principios acordes con los fines que persigue.

Las dificultades de esto son notorias. La primera es naturalmente la existencia de individuos que se forman en el capitalismo, por lo tanto, todo lo que esta sociedad produce en términos de valores, mentalidad, etc. conforma el rango estructurante de la personalidad de cada uno dentro de la organización. Sin embargo, por lo general, los individuos que buscan organizarse y luchar es porque sienten en lo más profundo de su ser el deseo de cambiar lo que existe. Por lo general, son personas que tienen una conciencia contradictoria con lo establecido, cuyos valores y mentalidad no están completamente encorsetados por el capital. Es precisamente esta contradicción la que impulsa a todo revolucionario, es decir, al que se ha formado en esta sociedad pero se propone superarla, que debe ser catalizada por la organización. Así, si en el capitalismo la ética dominante es la competencia, dentro de la organización se debe fomentar la solidaridad, si lo que domina es la desigualdad, la organización debe fomentar la igualdad, si lo que domina es el formalismo, la organización debe fomentar la vida concreta, si lo hegemónico es la división del trabajo, la organización debe fomentar la integralidad del ser humano, etc.

Por lo tanto, las organizaciones autogestionarias deben crear en su seno formas de sociabilidad, organización, formas de acción, etc. que están en las antípodas de la sociedad capitalista. La falta de dinero, de recursos, de un gran número de personas, etc., generalmente una constante en este tipo de organizaciones, son un obstáculo para este tipo de relaciones internas dentro del grupo. Sin embargo, esto no debe ser una justificación para movilizar fuerzas para crear organizaciones burocráticas.

La división entre los dirigentes y los dirigidos no debe justificarse por cuestiones técnicas, falta de recursos, etc. Esto debe quedar claro. La decisión de crear un colectivo basado en principios burocráticos o autogestionarios es de carácter político y no técnico. Es una elección que debe hacer el colectivo. La elección de los dirigentes no es un procedimiento natural, sino histórico y socialmente construido. Si el colectivo político defiende el fin del capitalismo y la construcción de la autogestión social como razón de su existencia, también debe elegir medios que se ajusten a este fin. En una palabra, la autogestión social como fin debe tener la autoorganización como medio. La autogestión sólo puede construirse a través de luchas autogestionarias. Es imposible construir el comunismo con métodos y medios propios del fascismo. Es imposible cosechar trigo plantando maíz.

Así, el militante político es un individuo que presenta una conciencia, unos valores y una mentalidad contradictorios con la sociedad capitalista. Hay en su estructura mental elementos de aceptación y negación del capitalismo. Es precisamente esta contradicción la que le moviliza a actuar. Todo colectivo político debe tener claro este elemento contradictorio que conforma nuestra mentalidad. Así, la organización, de forma colectiva, debe debatir, discutir y crear las condiciones para que todos los militantes del colectivo radicalicen cada vez más su conciencia y su acción política. Por lo tanto, no hay que ocultar dentro de la organización los pensamientos, ideas, valores, acciones, etc. contradictorios de sus militantes. Por el contrario, mediante el debate y la acción política, la organización debe crear vías para que cada uno crezca y profundice en su crítica a la sociedad moderna.

Los grupos de estudio, los seminarios, las reuniones organizativas, los debates informales, los encuentros, etc., son alternativas que los colectivos deben llevar a cabo para hacer avanzar a sus militantes en el sentido de profundizar en la crítica y la negación del capitalismo. Siempre teniendo en cuenta que se trata de un proceso continuo y que no terminará hasta que se supere por completo el capitalismo. Lo que quiero decir, de forma muy directa, es que las organizaciones autogestionarias no deben crear procedimientos burocráticos en su seno que impidan a los individuos entrar en la organización o incluso participar en las discusiones y decisiones del colectivo. No se debe argumentar, por ejemplo, que un individuo x o y no puede participar en una reunión porque tiene 15 o 16 años, porque es mujer u homosexual, porque sólo se ha unido al colectivo hace 3 o 6 meses, etc. Aunque existan normas para formar parte del colectivo y cada uno defina las normas y reglas que más le convengan, estas reglas y normas no deben ser burocráticas, es decir, no deben crear capas directivas dentro del colectivo. Las normas y reglas son una decisión colectiva y política y no meramente técnica. Lo que digo es que el hecho de crear normas, reglas, reglamentos, estatutos, etc. no es un procedimiento burocrático en sí mismo, sino que dichas normas, reglamentos y reglas deben estar subordinados a los fines que la organización política persigue. Si el objetivo es la autogestión social, deben ser medios para ese fin. De nuevo, los fines y los medios son una totalidad.

Una organización política autogestionaria presupone al militante autogestionario y viceversa. Uno refuerza al otro. Aunque pueden existir individuos que defiendan y luchen por la autogestión social sin estar necesariamente organizados en colectivos políticos. Esto puede ocurrir con intelectuales, artistas, trabajadores politizados, por ejemplo, que llevan a cabo una lucha cultural a través de textos teóricos, obras artísticas, etc., criticando y cuestionando la cultura dominante. Ahora bien, lo contrario no puede existir. Una organización autogestionaria sin individuos autogestionarios es imposible.

Desde el momento en que los individuos se asocian y deciden luchar colectivamente y hacerlo desde un punto de vista autogestionario, surge necesariamente la cuestión del compromiso, de la implicación individual con la organización, con los individuos de la organización y principalmente con el objetivo político de la organización: la autogestión social.

No voy a discutir aquí, dentro de los límites de este texto, lo que entiendo por autogestión social. Existe una amplia bibliografía al respecto. Cito aquí algunos libros de referencia para este debate: La Guerra Civil en Francia de Karl Marx; Los Consejos Obreros de Anton Pannekoek; La Autogestión: un cambio radical de Alain Guillerm e Yvon Bourdet; Manifesto Autogestionário [Manifiesto Autogestionario[2]] de Nildo Viana; y uno de mi autoría: Comunismo de Conselhos e a Autogestão Social [Comunismo de consejos y la autogestión social]. Hay varios más, pero la lectura de éstos permite comprender mejor lo que se entiende por autogestión social.

La cuestión del compromiso y la implicación pesa mucho en los valores y la mentalidad de los individuos que están en la organización. Como he dicho antes, un militante no es una mónada, un átomo aislado del conjunto de las relaciones sociales. Por el contrario, es una totalidad con él. Por lo tanto, para debatir la cuestión de la implicación y el compromiso dentro de una organización autogestionaria es necesario tener en cuenta este aspecto.

La sociedad moderna está fracturada en clases sociales, es una sociedad fundada en la explotación de millones de seres humanos. La propia existencia del capitalismo crea en los individuos valores, mentalidad, formas de conciencia, intereses, prácticas, etc. que son contradictorios. Y esta contradicción se deriva de la propia existencia de las clases sociales y de los inevitables conflictos de intereses. Así, un militante autogestionario, provenga o no de las clases explotadas, es un individuo que, dentro de las contradicciones generales que organizan nuestra sociedad, tiende a posicionarse del lado de las capas explotadas de la sociedad. Al hacerlo, expresa ya una tendencia de su personalidad, es decir, rechazar elementos de la sociabilidad capitalista. El colectivo autogestionario debe crear en sí mismo las condiciones para que cada uno avance más en la crítica de la sociedad capitalista.

Por lo tanto, el compromiso y la implicación están relacionados con este aspecto. En una organización burocrática, el fenómeno de la heterogestión es la lógica común. En una organización pequeña, con pocos individuos, la heterogestión se esconde detrás de la afectividad, la autoridad consentida, etc. En una organización más grande, como un partido político, por ejemplo, la determinación de la dirección se convierte en el método de decisión y corresponde a los miembros del partido ejecutar las decisiones de la dirección. Se trata de una organización burocrática. Esto es heterogestión. En estos casos, el compromiso y la implicación tienden a ser más mediados. Según las circunstancias, un individuo puede aceptar la decisión y ejecutarla sin estar necesariamente convencido de ello. Y puede comprometerse efectivamente con la actividad que han decidido otros. Esta actitud tiende a disminuir a medida que la organización crece en tamaño, poder y recursos. Tomemos por ejemplo el caso del Partido dos Trabalhadores[3] en Brasil, que en sus inicios contaba con verdaderos militantes (el PT ya era una organización burocrática desde sus inicios). Ahora, el PT tiene cables electorales. Difícilmente puede conseguir que la gente se una a ella sin que reciba una determinada cantidad de dinero. La militancia pasa a estar mediada por métodos mercantiles. En las organizaciones burocráticas, en las que el fenómeno de la heterogestão[4] es el principio organizativo, ya sean grandes o pequeñas, la cuestión de la implicación y el compromiso está siempre mediatizada, es decir, los individuos no son activos en las decisiones tomadas. Son pasivos ante las actividades a realizar.

Este fenómeno de la mediación debe ser completamente abolido en las organizaciones autogestionarias. Comprometerse e implicarse en las acciones no significa “obedecer a alguien”, “seguir órdenes”, etc., sino “sentirse parte de”, más que sentirse parte de, “actuar con convicción”, “ejecutar decisiones con las que estoy de acuerdo o que he ayudado a elaborar”. En este caso, la mediación se sustituye por la participación efectiva. Esto implica que en una organización autogestionaria, las decisiones son el resultado de la discusión y la deliberación colectiva.

La implicación y el compromiso tienen, pues, dos motivaciones: a) la propia estructura y mentalidad psíquica y valorativa del individuo; b) la decisión colectiva, que sitúa al individuo como sujeto activo dentro de la organización. No es un simple ejecutor de funciones u órdenes. Es ante todo un sujeto creativo, activo y productivo.

Esto no excluye en absoluto que los individuos pertenecientes a la organización autogestionaria no sean “penalizados” por la organización si se asumen compromisos y no se cumplen. El compromiso, la implicación y la autogestión implican responsabilidad. La responsabilidad es el respeto del individuo por los demás en la organización, por la propia organización, por los objetivos de la lucha y sobre todo por sí mismo. El incumplimiento de las decisiones tomadas colectivamente y en las que yo mismo participé es la más profunda falta de respeto a uno mismo y, por tanto, a todo lo demás. Naturalmente, si la decisión no se lleva a cabo por razones de mayor índole (problemas personales o psicológicos, enfermedad, etc.), esto debe ser comprendido por el grupo. La responsabilidad implica incluso exponer las dificultades al colectivo.

Todos los individuos del colectivo deben tener derecho a llamar la atención de sus compañeros cuando lo consideren necesario. Llamar la atención significa recordar a todos los objetivos de la existencia del colectivo, recordar a todos que el colectivo es autogestionario, es decir, que no tiene estratos de decisión ni estratos de ejecución, que el objetivo del colectivo es la autogestión social, etc. Todo lo que se desvíe de estos elementos debe ser cuestionado. La implicación, el compromiso y la responsabilidad son principios fundamentales para cualquier organización autogestionaria.

Así pues, la militancia es una acción a la vez colectiva e individual. Es un acto de deconstrucción permanente de lo que el capitalismo nos ha hecho. El colectivo autogestionario debe crear las condiciones o tratar de crear las condiciones para que cada uno sea más de lo que es, más crítico de lo que es, más revolucionario de lo que es. Al hacerlo, el colectivo estará de acuerdo con los fines a los que aspira, es decir, la autogestión social. Esto implica compromiso e implicación, responsabilidad, autoestima y respeto mutuo. Nadie nace revolucionario, se convierte en uno a lo largo de su vida. El colectivo autogestionario debe ser un medio para que los individuos se conviertan en revolucionarios. Sólo así los pequeños o grandes colectivos políticos pueden desempeñar un papel activo y positivo dentro de las luchas sociales, contribuyendo así al proceso de verdadera emancipación humana. De lo contrario, un colectivo político puede ser un obstáculo para el proceso revolucionario. El objetivo de un colectivo autogestionario es luchar para dejar de existir, es decir, luchar para que el proletariado y las demás clases oprimidas y explotadas sean autónomas hasta el punto de que los colectivos autogestionarios dejen de ser necesarios y los individuos que los componen se disuelvan en organizaciones obreras revolucionarias.


[1] La ideología leninista de que el proletariado es incapaz de llegar a una conciencia revolucionaria, cuyo complemento en el plano práctico de la organización es la ideología de la vanguardia “revolucionaria”, es una expresión concreta de una concepción burocrática. Los intelectuales “pequeñoburgueses” son los únicos capaces de desarrollar una conciencia socialista y, por tanto, pueden conducir al proletariado hacia el socialismo. La concepción leninista es burocrática, pues se fundamenta en la relación de líder (burocracia del partido) y dirigido (proletariado). Esta misma división se presenta internamente en el partido, ya que el comité central dirige jerárquicamente a los demás miembros del partido.

[2] La versión en español del libro de Nildo Viana puede consultarse aquí. [Nota do Crítica Desapiedada]

[3] Partido dos Trabalhadores (PT) [Partido de los Trabajadores] es un partido político socialdemócrata fundado en 1980 en Brasil. [Nota do Crítica Desapiedada]

[4] “Heterogestão” significa una organización dividida entre dirigentes y dirigidos, una gestión heterónoma en contraposición a una gestión autónoma. [Nota do Crítica Desapiedada]

* Traducción de Aníbal (Foro Inter-Rev). Gracias por su solidaridad.

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